domingo, 11 de junio de 2017

El ave y la mosca: "Adan o Nada. Un drama transgénero" de Ángelo Néstore, por María González




Ángelo Néstore
Adán o Nada. Un drama transgénero
Bandaaparte ediciones, 2017

                                                  El ave y la mosca

El estreno de Ángelo Néstore (Lecce, Italia. 1986) en el panorama poético se produce de una manera curiosa, ya que lo hace, citando al autor, a través de un parto múltiple. Habiendo sido el libro que nos ocupa el primero en escribirse, está por tanto dotado del valor de ser la ópera prima. Cruzado por César Vallejo, Néstore juega durante el poemario con el lenguaje propio de la dramaturgia, para presentar lo que ha subtitulado como un drama transgénero. Alude no sólo a uno de los temas principales del libro, sino también al carácter limítrofe de su propio retoño en cuánto a su aspecto formal.

Bajo el nombre Construcción de los personajes tenemos la primera toma de contacto En ella se nos presenta al individuo que, en pleno crecimiento, empieza a plantearse deseo y horizonte. La voz que se rompe por la madre y la piedra que al nacer, amablemente, colocaron sobre su nuca masculina. [en occidente hay padres/ que llaman agua a un grifo/ llaman hambre a un altar] El autor introduce no sólo al sujeto central de la historia, sino a su marco; la sociedad desarrollada, potencia cultural, que no sabe abrazar aquello de lo que presume.

Comienza entonces la obra situándonos en una cena en la que los comensales, Adán y Nada, dialogan más con el ruido de la vajilla que con sus propias intervenciones. La no identificación con el referente familiar, la distancia entre los cuerpos de una misma rama. [Yo jugaba a matar/a todos los hombres que no fui] Bailando alrededor de conceptos como la aceptación del deseo o el reproche ante el modelo impuesto de conducta llegamos al intermedio [palabra piel abajo] reivindicando una mirada propia.

Es en ese instante que nos sorprende la muerte, al comiendo del segundo acto. Cuando el joven se identifica con un Ícaro del S XXI, nos presenta a las enfermeras que, después de atender al padre moribundo, lo rebautizan. Aparecen el corazón de la madre y los insectos, que nos guiarán durante todo el tercer acto. [Si ella dejara que el mar le enseñara el rostro, su corazón pesaría como una piedra]

Los cinco poemas que componen el tercer acto tienen en su título como protagonista a la mosca. El parásito como personaje ya no sólo en la descomposición del cuerpo finado, sino también como identidad del protagonista. La idea del recuerdo, el discurso libre de soga que quién permanece puede permitirse. [Ayer tenías un coche, un barco, una casa./ Hoy tienes un hogar que se te hará cada día más grande]. Corona el poemario en el epílogo un texto dónde el protagonista se reafirma, se descubre en el espejo, una vez el fuego paterno se ha consumido.

Acunado entre un prólogo y un epílogo firmados con mesura y gusto por Alejandro Simón Partal y Javier Fernández respectivamente, el libro, editado por Bandaaparte ediciones, resulta un viaje literario condimentado por el acertado diseño. [Cuando lo tocas,/ un crisantemo tiene la textura de la carne humana.] Se adivinan en éste primer poemario, ecos no sólo de Lorca, a quién el autor nombra en las citas, sino un ligero olor a Genet, tal como si el maldito pasara lista antes de salir de la celda, para repartir sus poemas entre los presos. El escritor, andaluz de adopción, es italiano de origen y posee por tanto especial mérito al saber que su lengua materna no coincide con la lengua de creación.

Adán o Nada es un libro que deja pasar la luz. La misma de la que Ícaro salió mal parado, pero también la que augura un futuro literario más que interesante. Nos habla de las alas que no podemos aceptar, y de las creadas, de las aves, de los insectos.

No perdamos la pista de las luciérnagas.



miércoles, 8 de junio de 2016

Los allanadores, de Carlos Pardo




LOS ALLANADORES
CARLOS PARDO
Pre-Textos, 2015.



El pasado mes de octubre salían a la luz Los allanadores, de Carlos Pardo. Nueve años lo separan de su anterior poemario, durante los cuales el autor ha publicado dos novelas: Vida de Pablo (2011) y El viaje a pie de Johann Sebastian (2015). Este hecho no ha dejado de influir en la poesía de quien afirmaba haber dejado de escribirla para buscar en la narrativa una cierta “intimidad con el mundo”. Tanto es así que sus dos últimas entregas, tanto en prosa como en verso, comparten una misma temática y un juego parecido en la alternancia de series narrativas dispares. Sin embargo, más allá del alargamiento de los poemas y la concatenación de tramas, este comercio de géneros no ha supuesto tampoco un cambio demasiado ostensible en un estilo formado precisamente en una escuela conocida por su sesgo narrativo: la poesía de la experiencia. Lo que sí resulta ostensible es que Carlos Pardo demuestra haber cruzado ya esa línea a partir de la cual un autor no tiene que demostrar nada y puede “soltar la mano”. Nos encontramos ante su mejor poesía, más personal y también más humana, que se aleja de frivolidades para encarar algunos de los grandes y al mismo tiempo mundanos asuntos de la literatura, como el de las relaciones paterno-filiares y su caducidad, problemática que se hace extensiva al contrato social, de pareja y, de paso, a la propia identidad. 
  
La cosa familiar ya se apuntaba en Echado a perder (2007), donde algunos poemas se dirigían hacia la madre o bien hacia el padre, en un tono que anticipa a los actuales. Y también en anteriores ocasiones lo habíamos leído extenderse -aunque no tanto- y ensayar yuxtaposiciones discursivas, como en el poema “Un dos piezas” que cerraba Desvelo sin paisaje (2002). Estas tendencias y algunas otras convergen en Los allanadores, ofreciendo al lector un poemario maduro pero fresco, pues su característico humor ácido tampoco ha desaparecido. Por ende, se refuerza la fusión de coloquialismo y acentuación garcilasiana, de lenguaje corriente y sociolecto intelectual, lo que sumado a la calculada exposición de motivos desencadena un efecto sorpresivo y conmovedor. Como el mismo poeta apunta, se trata de una poética basada en el contrapunto (en “Mis problemas con el judaísmo”). La llamada disonancia (manifiesta en constantes contrastes) solo alcanzaría a ser armónica en función de la muerte, si hablamos de la vida, o merced a la lectura, si hablamos de poesía. Yo añadiría algo que puede parecer obvio, y no es tan fácil: Carlos Pardo traduce el universo de referentes que le son propios sin hacer demasiada distinción entre literarios y extra-literarios. Esta poesía no obedece –o no solo- a una premeditación aséptica, sino a una sociología personal, pero con conciencia estética; circunstancia a la que él se refiere como “disciplina de la desposesión”. A menudo, encontramos matices que solo la complicidad de quien coincida en cierta contingencia cultural puede colegir (es decir, intraducibles no solo por su léxico, sino por su contexto), y ello contribuye a otorgar al poemario ese sabor, con perdón, a autenticidad. 
  
También en esta ocasión, como era de prever, se nos habla desde del filtro descreído de una mirada irónica, una queja burlesca que muestra la disonancia de valores en sociedad, y en poética. En Carlos Pardo la ironía es la pose inconformista de quien necesita encajar en una escena con la que no se termina nunca de estar de acuerdo. Bajo su apariencia lúdica no deja de ser una estrategia para sobrellevar el absurdo, a veces doloroso, de la existencia. 
  
Pero, sin duda, otro de los aciertos de este poemario es haber hecho algo muy raro en nuestra tradición: una poesía política íntima, alejada de proclamas y del estilo llano de la poesía social (aunque, evidentemente, parta de la Generación de los 50). En su monólogo interior, Carlos Pardo recurre a un mismo tono incómodo ya nos hable de su familia, de su desencanto social o de etimología, y nos acerca así a una vivencia en la que podemos reconocernos, no porque sea la nuestra, sino porque logra representar, es decir: ser interior, como la nuestra.

sábado, 4 de enero de 2014

"Todo ajeno", de Natalia Litvinova





Todo ajeno
Natalia Litvinova
Vaso Roto, 2013

 


Los ecos nunca se apagan, perduran en las cuevas que esconde todo rincón, toda garganta. Se funden con otros y reaparecen a la vuelta de otra esquina, esperando respuestas. Pero su impaciencia no se ve recompensada: nosotros vivimos en el mismo temblor de preguntas, de tanteos, intentando averiguar si es nuestro el cuerpo que palpamos, el espacio que ocupamos, si es nuestra la voz que dice palabras que entendemos sólo a medias.

Todo ajeno de la poeta bielorrusa afincada en Argentina Natalia Litvinova nace de la perplejidad, de esa extrañeza. Los versos, breves y certeros, son dardos a los que la poeta parece anudarse para descubrir el lugar de su aterrizaje. Y avanza así, paso a paso, verso a verso, sin saber si habita un universo dislocado o si es la poeta la que no coincide con su propio cuerpo, con la luz o con su tiempo.

En ese esguince de la experiencia escribir es un acto medicinal, las palabras traen dosis del mundo que duelen o enseñan, pero que son íntimamente necesarias. Litvinova decide escribir sobre la piel “para que la historia / no me haga daño" y, a la vez, escribir es para ella "ir hacia la herida para curarla con veneno", un proceso por el que lo real y lo posible extienden una mano y alcanzan la suya extendida, aún a sabiendas de que las frases son asideros resbaladizos por lo que se nos escapa lo que poseíamos antes de nombrar: "la intimidad se fuga con las palabras". No sabemos si somos; andamos, como ella, "a tientas" con un "cuerpo desapareciente", buscando reconocernos en algún reflejo o identificar el punto de fuga por el que el cuerpo "descuidó sus fronteras / en busca de más."

Pero, a la vez, la escritura es también una fuerza fecunda, el fruto del instinto animal en el que nos proyectamos a lo más ignoto de lo que somos. La poeta busca en lo salvaje, en los caballos, en el polen para encontrar su propio nacimiento o modelar otro, pero "apenas sale un hombre / después de largas horas de escritura."

Ese mundo ajeno que rodea a Litvinova está poblado de metamorfosis: vestidos que se desgarran y de cuyas heridas brotan otros vestidos, pescadores aletargados a los que se adhieren escamas para llevar al hombre a la siguiente etapa de la evolución… Pero los verdaderos personajes están en la naturaleza que la rodea: nieve, bosques "donde hay flores, hongos, radiación y casi no hay recuerdos", flores, gatos y pájaros en los que se cristaliza la acción o la experiencia. Sus gestos y movimientos esconden terremotos, parecen revelar un cierto orden salvaje, las pulsiones naturales que nos explican y de las que nos hemos desconectado.

Así, el poemario avanza entre lo que queremos olvidar y lo que queremos descubrir: un nombre que resuena, venenoso, pronunciado por los peces, libado por las abejas, o el estrato que dejaron en nosotros nuestros antepasados y que se despierta sin avisar. Pero la fuerza última siempre estará del lado de la acción: "como las posibilidades son infinitas voy a dar el primer paso / para que la posibilidad de que no suceda nada no suceda".

Todo ajeno es poesía que podría habitar cualquier tiempo o lugar, que alberga en la concisión de sus versos innumerables formas de la extrañeza que han hecho ya un camino de ida y vuelta y que esperan, como la hierba oculta bajo la nieve, la mano que se adentre en su búsqueda.

jueves, 5 de diciembre de 2013

El libro de la crueldad, de Layla Martínez



Layla Martínez
El libro de la crueldad
La Vida Rima, 2012

Por Sara R. Gallardo




Edipo Rey se arrancó los ojos con sus propias manos. Edipo Rey se folló a su madre. A los personajes que recorren El libro de la crueldad (LVR, 2012) de Layla Martínez les pasa un poco como al Edipo de Sófocles. Son héroes: víctimas y verdugos que aceptan su destino.



La poesía con la que se presenta Layla Martínez en su primera publicación es una poesía humana y animal desde el propio título: libro, como sinónimo de racionalidad; y crueldad, como sinónimo de “animalidad”, de instinto y de impulso. También al revés: ese juego de libro como impulso y de crueldad como racionalidad. Esa es la pregunta estética que recorre sus poemas: ¿es la crueldad un instinto animal que albergamos desde los inicios de la humanidad o por el contrario es la sublimación de nuestra racionalidad?



Crueldad como amor y amor como extremo cruel de la vida. Las imágenes que usa Layla Martínez bien podrían recorrer, no solo este, sino muchos otros grandes libros: relación madre-hijo, señor-esclavo, deformidad, soledad, crimen, destino, entierro.



Layla Martínez nos dice muchas cosas en este libro, su primer libro, nos dice que puede, nos dice que es capaz de encontrar una voz. Su voz está traspasada por la hostilidad y el amor, por la ternura del incesto, su voz suave y fuerte sale de una garganta húmeda llena de grumos que contiene palabras que vienen gestándose desde hace muchos siglos. Debemos escucharla con atención, a pesar de haber hilvanado un libro incómodo, duro, necesario. Partir de nosotros. Hacernos preguntas. Preguntar “cómo es posible”. Cómo soportar saber que nacimos de la crueldad. Cómo soportarlo y no escribir.


lunes, 28 de octubre de 2013

" Sobras", de Maite Dono, por Agustín Calvo Galán.















Sobras
Maite Dono
El Gaviero ediciones, 2013




He aquí los restos calcinados del futuro. Así acaba Sobras de la polifacética Maite Dono, con la rotundidad de quien se sabe ajena a la centralidad o al poder o a las convicciones y las esperanzas de la mayoría; con la rotundidad de quien no tiene nada que perder y prefiere explorar, descubrir, explotar, romper, abrir y recorrer su extrañeza, su propio camino, su entraña.
Sobras es también un libro amplificador, un libro que suena y crece cuando lo agitas, un libro que se lee tal y como la autora quiere que sea leído: de una forma casi automática, sin freno, haciendo resonar en nuestro cerebro o en nuestras tripas el cruce de muchas voces, la unión de infinidad de historias fragmentarias que la autora reúne y hace suyas de una manera natural; como naturales resultan aquí las repeticiones, la insistencia, las onomatopeyas, los ruidos de la ciudad que se van colando en los versos, no entre los versos, sino convirtiéndose en los versos; también en los espacios en blanco que la autora deja, repitiendo la frase:

(Quede un espacio en blanco aquí para lo que se quiera)

Espacios no para vaciar, no para dejar un ámbito limpio, no para descansar, sino para implicar al lector, como interpelación, como asalto. Espacios que a veces se convierten en puntos suspensivos: versos puntos suspensivos, versos con la palabra silencio en diferentes idiomas ocupando las páginas.
Es cierto, transitan por Sobras los ecos de otras voces, como la de Duras, como la de Pavese:

A veces llega la noche y un grito
A veces llega la noche y me acuerdo

Pavese sin duda, porque la muerte está muy presente en el libro. La muerte y la emoción, el amor por todo aquello que nos aniquila y nos disuelve, el cuerpo animal que aprende a hablar y a escribir para, al fin, gritarle a la vulgaridad, a lo prosaico de vivir, de vivir y morir, sin más.
Los poemas de Sobras ocupan las páginas como un ejército invade un país, de una manera arrolladora e hiriente, sin concesiones, extirpando del papel cualquier atisbo de resistencia o de complacencia. Los poemas de Sobras ocupan las páginas como los vertederos de basura arrasan la naturaleza, en las fronteras de la civilización urbana, fagocitando la belleza maquillada y abonando los campos con la concupiscencia de lo indeseado.
También el idioma es violentado en Sobras, la autora le introduce términos y frases en inglés, francés, gallego o portugués, lo invade de su propia jerga, del virus que la tiene a ella infectada, y convierte el idioma español en materia sensible para ser ella misma en él, auténtica y bastarda.
Amor, muerte, resistencia, Sobras explica un presente sin posibilidad de futuro, pero no desde la desesperación, sino desde la rabia más entera y creativa, desde la rabia que es jaula en la que encerrarse y crecer sin límites, desde la rabia que es frontera para la locura:

Con mis botas soy Juana de Arco o Juana la Loca

Siempre en la convivencia entre lo sano y lo insano, en la reverberación que producen las palabras, los versos, los poemas frente a la representación del mundo al desvelar el silencio y alimentarse de él. La resistencia de Sobras consiste, además, en hacer de la enfermedad materia de uno mismo, crisis y transformación de uno mismo, vómito y anhelo de unos mismo, genialidad y destrucción de uno mismo:

Lo que amo demasiado no manifiesta su existencia

No, Maite Dono no sobra, ni su poesía está hecha de sobras. Maite Dono une en un gesto sensato y rotundo cultura basura y transcendencia, y deslumbrará y turbará con este Sobras a quien se atreva a adentrarse en su mirada de fondo, en su presencia febril y desvergonzada, en su manera de ser dueña de sí misma, en su manera de vaciarse y amar, en su poesía sucia, actual y entregada.

martes, 22 de octubre de 2013

Mixage de versos de Salvador Galán Moreu y "El libro del diabologán". Por Julio Béjar.




 






El libro del diabologán.
Salvador Galán Moreu

XI Premio Internacional de Poesía 
Martín García Ramos

Prólogo de Jairo García Jaramillo

Difácil, Valladolid, 2013










A Salvador Galán Moreu ya le subrayé algunos versos en su plaquette Doméstica, armados con la potencia de la cotidianidad:



Ensayas gestos frente al espejo matutino

como quien va de tiendas a probarse matices,

muecas, estados de ánimo, rictus al por mayor.



Y ahora en El libro del diabologán le celebro tres ideas: la antipoética, la multivocidad y el cuestionamiento de la identidad. «Mieux vaut se taire que paraître faux» cantaba el grupo de rock francés Diabologum, de cuyo nombre se inspira el título del poemario. Y es que Galán Moreu prefiere reconocer los límites de la palabra que impostar certezas:



No digamos nada más       nada de eso sirve

vayamos por aquí

sintonicémonos.



Su poética personal se afianza en la incertidumbre (con semejante rebeldía que Nicanor Parra) y se zambulle en la duda para salir a flote guiándose por la intuición: «los muchos que en mí se hallan nada escriben: / intuyen». En las cuatro partes que componen el libro, Galán Moreu recoge varias maneras de decir: el verso libre, la prosa poética, el caligrama y la escritura automática le sirven como herramientas para hacerse eco de las múltiples voces de un mismo yo lírico, «quien varía el rostro en sus fotos de carné». La duda problematiza el poemario hasta cuestionar la propia identidad del poeta; él mismo se increpa ante el espejo o el carné de identidad, existencialista a veces y estoico en otras:



Todos los cactus sufren sus espinas,

todos los burros lloran la herradura, yo pronuncio

mi nombre.



En El libro del diabologán, Galán Moreu consigue construir su andar poético por el precipicio de la tentativa, el agotamiento y la duda. Por eso me interesa, porque emprende un camino de indagación hacia sí mismo: «esto es duda / sin género de vida».