lunes, 24 de diciembre de 2012

POR QUÉ VOLVER A LEER "PASEO DE LOS TRISTES"






POR QUÉ VOLVER A LEER PASEO DE LOS TRISTES




Egea, Javier.

Paseo de los Tristes.

Point de Lunettes, 2010.



Por Jorge Díaz Martínez



La editorial sevillana Point de Lunettes ha tenido el acierto de reeditar un título emblemático para la poesía española de los ochenta y, cabría decir, una clave esencial para comprender buena parte de la poesía escrita desde entonces en nuestro país. La nueva edición de Paseo de los tristes, de Javier Egea, se terminó de imprimir el pasado 27 de marzo de 2010 con una tirada de mil ejemplares que al cabo de tres meses ya se encontraba agotada. 


El prólogo corre a cuenta de Antonio Sánchez Trigueros, quien nos facilita, a partir de diferentes ángulos, un marco de lectura muy completo que abarca desde la aparición del poemario en 1982, cuando resultara ganador del Premio Juan Ramón Jiménez, hasta aspectos tan significativos como la composición del jurado, la ascendencia ideológica del libro o la acogida crítica que mereció a través de las varias reseñas que se fueron publicando durante los meses siguientes.


Al volver a leer Paseo de los tristes, una ligera sensación de aire de familia se transforma pronto en la certeza de estar volviendo a leer cuatrocientos poemarios en uno. Dicho de otra manera, nos parece estar ante algo así como la madre de todos los poemarios. Sin necesidad de insistir demasiado sobre la huella que La otra sentimentalidad primero, y la Poesía de la experiencia después, dejaron sobre los autores posteriores y, por ende, también sobre los actuales, creo que se entenderá lo apropiado de la imagen. 


Ahora bien, sabemos que cada vez que una fórmula es reproducida por un nutrido grupo de copistas, sucede que aquello que en principio resultara genuino, ingenioso o genial, acaba sin remedio en una escritura torpe, alienada o serializada. No debemos lamentarnos: es un mal necesario o, mejor dicho, inevitable. Incluso puede que sirva de reactivo, impulsando, al igual el abono, nuevos florecimientos.


La situación, que fue señalada con acritud desde numerosas instancias ya a mediados de los noventa, debería entenderse hoy por hoy, desde un punto de vista sistémico, como un mecanismo intrínseco a la instauración de nuevos paradigmas estéticos dentro de una tradición, una fase de expansión que daría pronto lugar a un estadio de deterioro, según la dinámica de los sistemas literarios modernos. 


¿De qué nos sirve entonces, ahora, volver a leer Paseo de los tristes? Nos sirve, precisamente ahora, para volver justo al principio. Y no como una estampa de melancolía, sino para tomar justa conciencia de la significación del término clásico en su propio sentido, o de canon. Nos sirve para reconocer la fuente, el agua de la que han bebido tantos otros que nosotros, luego, hemos leído. Nos sirve para acotar un centro fundamental del repertorio (Even Zohar) de una tradición. Una toma de conciencia viva, ésta, que lo será más, si cabe, para quienes durante las últimas décadas han venido leyendo la poesía que se ha escrito en España desde aquel 1982.


Y para retomar un poco la reflexión teórica que daba pie a sus versos y agitaba también los de otros muchos escritores de su generación. Una teoría poética que posteriormente sería desarrollada, explicitada y pormenorizada, a lo largo de los ochenta y noventa, en diversos manifiestos, prólogos, artículos y ensayos, bien por los propios autores de lo que empezó llamándose La otra sentimentalidad (labor en la que destacó particularmente Luis García Montero), o bien por una multitud de poetas y estudiosos que se posicionaban, y aún se posicionan, a favor o en contra de lo que se llamó Poesía de la experiencia


La herencia de ese debate, que ya apuntando hacia la segunda década del s.XXI sigue moviendo el molino, la encontraríamos, por ejemplo, en la acuñación de nuevos marbetes críticos, como el reciente de Poesía de la Normalidad (utilizado por Vicente Luis Mora y Agustín Fernández Mallo), un término que, si bien podría aplicarse, tal y como ha sido expuesto por sus ideadores, a un volumen considerable de lo publicado en España de unos años a esta parte, no alcanzaría, en cambio, a la producción inicial de los autores de la escuela granadina.


Es bien sabido, y así nos lo recuerda Sánchez Trigueros en su prólogo, que la clave del pensamiento poético del citado grupo debe buscarse en la figura del profesor de la Universidad de Granada Juan Carlos Rodríguez Gómez. Por ende, Trigueros señala también, sirviéndose de los planteamientos de la Estética de la Recepción, hacia la influencia de Rodríguez Gómez no ya sobre la poesía de Egea, sino sobre la lectura que de esa poesía se hizo, tomando en consideración que “muchos lectores dicen que un libro es lo que un lector cualificado ha dicho que es.”


No es este, desde luego, el lugar adecuado para pormenorizar acerca del pensamiento poético del profesor Juan Carlos Rodríguez y su docencia sobre los creadores de La otra sentimentalidad. Acotaremos, no obstante, su raigambre en la crítica marxista de Gramsci, Althuser o Kristeva. Parafraseando al propio Rodríguez, la operación transformativa de la historia literaria moderna pasaría de considerar a la poesía como la expresión de un espíritu (romántico), a la elaboración de una razón (ilustrada), para finalmente terminar por descubrirse a sí misma en forma de producción ideológica (Marx y Freud). 


De alguna manera, estas nociones funcionaron como una base teórica que apoyaba, guiaba o justificaba la legislación estética del grupo granadino. A partir de una consideración de la poesía, no ya como la obra de un espíritu (individual, nacional o de época) o una razón (burguesa), sino como la manifestación de una ideología (materialista, histórica), se explicaría, por ejemplo, la construcción de un sujeto lírico ficticio, posicionado y comprometido ante esa o gracias a esa conciencia histórica, así como una escritura orientada, no tanto desde el yo, sino hacia el nosotros (objetivación del sujeto lírico).


Como decía, se han argüido múltiples críticas ante dichos parámetros durante los últimos veinte años aproximadamente. Algunas de ellas vienen de parte de los propios miembros de La otra sentimentalidad, que en textos más maduros recuerdan que no habría contradicción entre sujeto (propietario, al menos, de razón) y producción ideológica, ya que la ideología necesitaría siempre de un sujeto en que asentarse, de la misma manera que no sería posible un sujeto sin ideología. Así, Luis García Montero dirá que “los sentimientos públicos y las ideologías sólo existen cuando se plasman en unos ojos.”[1]
 

Pero regresemos a Paseo de los tristes. Vale la pena volver a leer un poemario fraguado al calor de unas ilusiones -las de aquella reciente democracia y aquella sociedad todavía en pleno encantamiento- comprometidas con su tiempo y, sobre todo, con la poesía. Vale la pena leer unas composiciones que todavía le seguían buscando el sentido a una cierta idea de la literatura, cuando en el calendario empezaba ya a marcarse el principio del fin de un siglo empeñado en acabar de una vez por todas con la cultura, para sustituirla por la lógica de mercado. Vale la pena porque Egea todavía creía en su escritura y, si dejamos aparte exégesis históricas y nos quedamos, sólo por unos minutos, a solas con los poemas, no podremos dejar de notarlo.    








[1] En su poética para: J. C. Mainer (ed.) El último tercio de siglo (1968-1998), Madrid, Visor, 1999. Pp: 664, 665.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Del mar de Grecia y otras consideraciones…




Blanca Andreu
Los archivos griegos 
Fundación José Manuel Lara, col. Vandalia, 2010.


Eduardo Chivite Tortosa
Profesor de Literatura Dramática de la
Escuela Superior de Arte Dramático de Sevilla.


            Desde el título, la portada y diversos paratextos, la última obra de Blanca Andreu, publicada en febrero de este año por la Fundación José Manuel Lara en la colección Vandalia (que va por su 2ª edición desde abril del mismo año), respira, en principio, un aire clasicista que autores como Juan Antonio González Iglesias y Aurora Luque, entre otros, han elevado en las últimas décadas a la categoría de tendencia o línea poética, que, si hubiese que llamar de algún modo, permítaseme el término de “grecismo”. No obstante, según avanza uno en la lectura, entendemos por qué Blanca Andreu dice aquello de “Yo guardo mi Grecia soñada fundida con la que aprendí”. En este libro se funden Praxímanes, la Argólida, la Acrópolis, Aquiles, y los cipreses, que emocionalmente se me antojan como aquellos pinos horacianos del Ponto, con el Cantar del Mio Cid, Irak, William Shakespeare, Rainer María Rilke y su “territorio de la infancia”, Baudelaire, o el mismísimo Rubén Darío.
 La Grecia de Blanca Andreu, o mejor dicho, sus “archivos griegos” son la Grecia y los archivos de la literatura, de las lecturas y relecturas de un poeta ya maduro. En estos poemas encontramos ecos de Horacio, iconografías medievales, delicadezas de églogas renacentistas… Genéricamente hablando, su ADN se combina de odas horacianas y epigramas al mar, confundidos en su contemporaneidad con tintas orientales (como ejemplo, el poema: “En la noche / recitas / mar / escucho”); o canciones que no son pindáricas, pero traen consigo un tono decadentista y el recuerdo formal de la canción juanramoniana (“cuéntaselo a la sombra / díselo a los naufragios / habla con Baudelaire / […] pequeña isla de cabellos de agua”).
            Los dioses griegos en esta Grecia metafísica y literaria perduran humanizados en el corazón del poeta: “Una vieja leyenda sostiene que son ellos los dioses antiguos / que se negaron a partir de Grecia / cuando fueron vencidos antaño / que el luminoso Zeus Olímpico y la justa Atenea alada / prefirieron ser perros atenienses / antes que dioses bárbaros / bebedores de sangre”. Otras referencias geográficas, filosóficas (“como el agua de Heráclito”) y mitológicas (“más viejo / que mi señor Apolo / y más hermoso”) salpican la lectura aquí y allí, abocando sentimentalmente a la Grecia de cada lector: “¿Y qué pasa con los notarios? ¿Tienen sus Grecias escondidas / entre pilas de legajos como un blanco secreto azul? / ¿Tienen sus Grecias los franceses?”.  En la Grecia de Blanca Andreu tiene cabida Babel, el Faraón, el negro Billy entre lo salmódico y la música negra, “un pastor de Garcilaso”, ciervos celestes y gacelas blancas (las leyendas artúricas, el Cantar de los cantares, la mística de San Juan), un cisne oscuro, y  siempre, omnipresente, el mar.
            El poemario se estructura en siete partes de tamaño diverso, donde actuando como inscripciones en un frontispicio, las preside una cita de autores de la tradición literaria más amplia, cita que da el tono, los motivos, las imágenes, y hasta justifica ocasionalmente la forma de los poemas que antecede. La primera parte, homónima al libro, la encabeza una cita de Odisseas Elytis, renovador de la literatura griega en el s.XX: “La Grecia que con firmeza pisa el mar”. Opus Nigrum y Dos poemas del monasterio de la luz, los tutela un pareado del Cantar del Mio Cid, donde se incluye desde mi humilde opinión uno de los mejores poemas bajo el epígrafe <<El amante pide al amado reconocimiento>>, que sabe a las eróticas de Ovidio desde el título, a Kavafis y al tema del amor entre iguales (“me dijeron que no / y eres hermoso hasta la grandeza”). Pazo de las golondrinas cae bajo la pluma de otro gran clasicista, Rainer María Rilke, versos como “Miro por la ventana de mi infancia”, “y también hay mañanas que saben / a septiembre / como las uvas”, adornan esta parte del libro con extremo acierto. Marinas, cómo no, va de la mano de Baudelaire (“El mar es el espejo donde tu alma se mira”); los pequeños poemas sobre el mar que gobiernan esta parte son quizás el clímax lírico del poemario. Del otro reino lo cierra con una cita de Rubén Darío que parece responder a la anterior: “El alma simple de la bestia es pura”.
Las referencias metapoéticas destacan poderosamente, no solo en los cotextos literarios (las citas) o referencias a autores concretos dentro del poema, sino también en alusiones más sutiles. Así, en el primero de ellos, siguiendo la costumbre típica en la poesía grecorromana y barroca a la hora de encomendar un libro de poesía a los dioses o a las musas, dice: “Que sea alado mi poema / y no volátil”. E igualmente otros versos, que parecieran querer llamar nuestra atención sobre el discurso propiamente literario, donde quizá se dibuje grácilmente la verdad bajo este peplo con que Blanca Andreu se nos ofrece: “Sus olas eran luces y poemas / y páginas y sueños / y canciones”; “como un golpe de luna / suena tu canto”; “Mientras tú, Aquiles, lloras tu misterios / yo cantaré lo que más amo”; “cantas / estrofas de agua / recitas islas / y declamas rocas”; “eso mismo / que cantas / eso mismo / dice mi corazón / ola tras ola”.

Esta reseña apareció originalmente en Poesía & Gráfica en 2010.

lunes, 10 de diciembre de 2012

Los viajes y el Souvenir de Sara Toro




Souvenir
Toro, Sara.
La Bella Varsovia, 2009.





Por Natalia Ruiz de Almodóvar


Sara Toro Ballesteros nació en  Córdoba, es licenciada en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, además se está doctorando en Literatura Española e Hispanoamericana y ha disfrutado de una estancia en Buenos Aires trabajando en su tesis. Ha sido premiada en diversos concursos: V Premio de Narrativa Breve “Cardenal Salazar”, un Accésit de poesía en el Certamen de Jóvenes Creadores de Madrid en 2008. Ha participado en varias antologías, entre las que destacan Radio Varsovia (La Bella Varsovia, 2004), Tod@s somos Frida (Diputación de Córdoba, 2007) y Terreno Fértil (Cangrejo  Pistolero, en prensa), así como en las revistas Bar Sobia, Tres Orillas, PDA, Mitad Doble y Calle 20. Ha participado en Cosmopoética 2010, festival poético de gran reputación que se celebra en Córdoba. Souvenir es su primer poemario editado, que ya ha alcanzado su segunda edición.

Según la autora, el título del libro está sacado del poema inicial “No eres la chica de mi vida”. En alguna ocasión ha declarado la autora, respecto a la forma de componer los poemas: “los voy cosiendo a partir de pequeños retales…”  hasta que trata de darle la conjunción perfecta al libro: le da una y otra vuelta, lo desenvuelve cual caramelo, lo mima, y lo deja descansar, más tarde coge cada hilván y finalmente lo cose.

El título Souvenir también alude a una canción de la parisina Edith Piaf  “Non, je ne regrette rien” influencia íntima en la que los recuerdos, en la pesadumbre de la palabra que da título al poemario, realizan un acto de recordatorio, de souvenirs imborrables, casi barridos por la luz de los sueños, y a veces de las pesadillas que Sara refleja en su libro.

La obra se va tejiendo a modo de sentimiento nostálgico, de aquel pasado que desea olvidar y este presente que es de ella y desde donde ella misma se deja derramar como un vino añejo a través de las páginas, desde lo cotidiano hasta lo mas oscuro, lo onírico, lo perecedero e imperecedero de su ser. De este modo Sara ha elaborado un libro lleno de recuerdos, amargos y amados.

Este  poemario está configurado en tres partes que tienen que ver, como anteriormente hemos dicho, con el viaje: 

-Souvenir: aquellos pequeños regalitos que son traídos de un lugar específico, en el caso de Sara visto desde la sentimentalidad.

-Postales: Fotografía que muestra a quien lee unas letras procedentes del lugar donde se encuentra el remitente, la imagen es básica para que exista el poema.

-Delicatessen: Ese comportamiento humano de probar o intentar probar algo que le es sugerente y delicioso, aunque a veces no lo sea. Esta tercera parte es la más visceral del poemario ya que la autora realiza un estudio casi fotográfico de cada poema, las imágenes son el resultado de la fortaleza y de tomar las cosas por su nombre, por ejemplo el poema titulado “En resumen” o el poema “La puta de Venus”, ambos aluden al desengaño y la desilusión amorosa.

Souvenir está estructurado como un libro de viajes, Sara alude a elementos nacidos de sus múltiples desplazamientos, tanto interiores como físicos e imaginarios (los poemas “En Alemania”, “Viaje en Autobús”, hablan de elementos de traslación, de tranvías, aviones, la campiña cordobesa, bitácora, etc.). Cada poema surge de un ejercicio pleno y consciente, lleno de arreglos e intenciones en ocasiones histriónicas (en el sentido de prestidigitación) y en otros casos humorísticas. La poeta viaja a través de estos versos que humildemente os desvelo con el ánimo y el gusto de que os acerquéis a este libro, editado por La Bella Varsovia en 2009, que ha sabido ver el talento y apostar por ésta joven cordobesa.


Esta reseña fue publicada originalmente en diciembre de 2010 en la revista Poesía & Gráfica.


martes, 4 de diciembre de 2012

SOBRE “POEMAS DE LOS HIMALAYAS” DE YUYUTSU RD SHARMA




Por Ana Isabel Alvea Sánchez

Poemas de los Himalayas constituye el decimotercer poemario de la colección Cosmopoética de Poesía Internacional. Edición bilingüe, en inglés y español, traducido y prologado por Verónica Aranda. Es de agradecer la labor de difusión que emprende Cosmopoética al barrer las fronteras de la lengua y acercarnos la poesía latente en cualquier lugar del mundo.

Su autor, Yuyutsu RD Sharma, es un excelente poeta nepalí, como puede comprobar quien se acerque a este libro. En su escritura encontramos diversos registros, pero en todo caso resaltan en su poesía las imágenes y su visualidad. Imágenes que reflejan una naturaleza exuberante y de enaltecida belleza. A veces estético y delicado en su paisaje, como en el poema “Arcoiris” o “Sagarmatha”, nos recuerda la armonía y la exaltación de la naturaleza de la poesía oriental. Las más de las veces, nos muestra una realidad penosa y mísera, pero los paisajes de Nepal siempre relucen como un sol de fondo. Nos ofrece imágenes del mundo animal y natural que nos resultan insólitas y sorprendentes, como podemos comprobar en estos versos pertenecientes al poema  “Enemigos de la poesía”, en el que identifica la naturaleza con la poesía, mientras que la tecnología y el progreso, propio de nuestra globalizada época, suponen un peligro destructivo, los enemigos de la poesía:

“La mano anárquica de un mono
deshace el nido

de un  pájaro tejedor
que cuelga como un sueño bordado

del verde
corazón del bambú.

El ojo crítico de una rana
juega con los colores

del arcoíris de una poesía
sobre la mesa fría del Sistema…”

Imágenes que poseen enorme fuerza expresiva, con las que describe, testimonia o denuncia,  como una descarga eléctrica o un relámpago que cae sobre el lector, imágenes atroces a veces en su desnudez.

Algunos poemas nos describen escenas o paisajes, como una cámara de vídeo, el ojo de un testigo que muestra un cuadro de vida cotidiana que trasciende al fondo de sus costumbres y profundiza en los males que le aqueja, a veces de un modo más simbólico, como en el poema “Destino” o “Un paseo matinal”; a veces de un modo coloquial y narrativo, como en “Madre sueña”; otras de un modo más desnudo, literal y transparente, así en “Fracasos”, “Mujer Sherpa”, o bien el que mostramos, “La cruz de Cristo”:

“Dos sacos
de arroz

cruzados
sobre la espalda frágil

de una abuela
que asciende

como un gran escarabajo herido
por la vertiente febril

de la subida más empinada
de los Anapurnas.”  

 Los personajes de sus poemas son, por lo general, los más desvalidos, la gente humilde y pobre; entre ellos la figura de la mujer ocupa un papel importante, bien mostrando su pobreza y precariedad, en el poema “Fracasos” nos dibuja la figura de una madre pelando mazorcas y sin nada que dar de comer a su bebé; bien mostrando las duras condiciones de vida de estas mujeres, más difíciles aún cuando se trata de una anciana, como nos retrata en el poema anterior, “La Cruz de Cristo”, y que se reitera en el poema  “Madre sueña”, donde una madre anciana que no puede ya con su carga de trabajo, sin fuerzas para ir por agua a los pozos lejanos, le pide a su hijo que se case con una joven para que ésta le ayude. Escenas duras, cotidianas, pequeños trazos con los que alcanza a expresar la vida de la gente humilde y su lucha por la supervivencia. Por supuesto, también aparece la mujer amada y deseada en dos poemas cargados de sensualidad y erotismo, “En Europa” y “Cascadas naranjas”, en este último la fuerza del agua de la cascada, su sonido, se funde con la pasión de los amantes.


Tiene la poesía de Yuyutsu Rd Sharma una estructura característica, como podemos comprobar en el poema anterior “La cruz de Cristo”, y  salvando algunos poemas de versos continuados,  predominan los poemas largos, estructurados en versos pareados, que acentúan el ritmo, apoyado  a veces en repeticiones, y que conforman una serie de enumeraciones de imágenes o descripciones con los que suma e intensifica el significado del poema y su denuncia, como en el poema “La democracia”, su poema en homenaje al poeta Gopal Prasad Rimal,  “Mulas” , “Enemigos de la poesía” o  “Cielos cantores de mi India”. No obstante, no faltan poemas en los que se da la brevedad y condensación, retratando con breves pinceladas una escena o paisaje de hondo calado significativo.

Es su poesía una cámara que trata sobre la pobreza, el hambre, las difíciles condiciones de vida de su gente, las injusticias, el sufrimiento, la supervivencia, la crisis religiosa, el fracaso revolucionario, la falsa democracia. Es su poesía una ventana abierta a su tierra, con ella nos podemos imaginar la belleza de sus paisajes, las vacas andando por calles oscuras y malolientes, los templos, las chabolas, los graneros de madera, las filas de mulas ensangrentadas subiendo las montañas de la ruta de la sal, su gente humilde; otras veces, su poesía muestra una mirada original sobre nuestro mundo, fruto de su vivencia en Europa, supone entonces un mestizaje entre la cultura occidental y la hindú, así en “Muñecas de escaparate”, poema resaltado también por Verónica Aranda en su prólogo.  La última parte del libro resulta más alegre, íntima, sensual y vital; pero, sin duda, su tema principal es su país, denunciar los problemas de su tierra, reflejarla, como podemos comprobar en “Los cielos cantores de mi India”:

“Solo en la hora  de vigilia
de la noche

conteniendo la respiración
para protegerme

del hedor punzante
que llega a ráfagas de los slums vecinos

para filtrarse y chupar
la sangre de mis pulmones exhaustos.

La tetería al aire libre
en la esquina del burdel

mide sumisamente
la profundidad de la oración

atronando desde las dignas cúpulas
de la decadencia.

Solo en medio de la noche
después de la lucha turbulenta de una década

para asentarnos en los espacios cívicos
de la democracia y sus sangrantes fauces,

una soledad sin  mujer,
un retiro al polvo de las calles,

un despertar de la juventud
en las venas abrasantes de la poesía

una canción de slums
bajo un cielo de luciérnagas y estrellas fugaces.

Girando alrededor
de una caldera enorme de leche

con capas espesas de nata
donde nadan anacardos vulgarmente,

un viejo vagabundo
hace añicos su porte, un Buda meditativo,

y concibe
la visión de un apocalipsis.

Una vaca que deambula
viene a recoger y engullir el condenado

borrador de un poema plañidero
que nunca puedo acabar.

Una sirena de un tren nocturno
que por fin parte para desaparecer por las llanuras de la India.

Tras la muerte de una década
tras la caída de los templos de la fe,

tras el silencio temporal
de las ametralladoras malignas,

tras el surgimiento de los asesinos civilizados
y una nueva anarquía de tullidos dólares

para contaminar los verdes pastos del Yamuna
con las heces de sus barrigas salvajes,

después del vuelo letal de extraños halcones
para arrancar embriones de inocentes vacas indias

planearé
escribiré un poema

sobre los vientos errantes
de los cielos cantores de mi India.”



*Slum: Barrio de chabolas habitado por la gente más empobrecida de las ciudades.

Esta reseña fue publicada originalmente en diciembre de 2010 en la revista Poesía & Gráfica