lunes, 21 de enero de 2013

Paseos simultáneos, de Jordi Corominas i Julián






Jordi Corominas i Julián 
Paseos simultáneos
Editorial Vitruvio, Madrid, 2010


 Por Alex Chico

Paseos simultáneo es la primera incursión poética de Jordi Corominas i Julián (Barcelona, 1979). La primera incursión, maticemos, en forma de libro, porque la vida de este joven autor siempre se ha movido en parámetros literarios. Viene siendo lo que algunos llaman, con o sin acierto, un agitador cultural. Alguien, en definitiva, que desfila por muchos espacios urbanos encontrándose con el público, a través principalmente de una propuesta genuina a la que llama loopoesía, un espectáculo músico-poético, si es que podemos resumirlo con un simple compuesto. Como autor, no obstante, ha publicado las novelas en catalán Una dona que sap jugar amb els peus y Colors, ambas editadas por Abadía, además de la biografía Macrina la madre, publicada por la editorial milanesa Jaca Books. A esto hay que añadir su labor como antólogo en el libro Matar en Barcelona (Alfa Decay, 2009). Todas esas publicaciones son, antes que nada, un preludio, un ejercicio que anticipa estos paseos simultáneos, editados ahora por la madrileña Vitruvio.  

Fijémonos cómo comienza el libro: con un poema titulado “Balcones” y con un primer verso que dice: “Buenos días”. Es una prematura declaración de intenciones: Paseos simultáneos es un libro que se abre al aire, que hablará del exterior (la calle) desde el interior (un balcón, es decir, su propia mirada). A partir de ahí, esa apertura le lleva a enumerar todo lo que ve. Y subrayo “todo”: sólo así se entiende que en apenas seis versos de un mismo poema, un personaje llamado Mari, conviva con Dustin Hoffman, Anthony Hopkins, José María Aznar, Cicciolina y el Papa Ratzinger. Sin embargo, no se trata de eso, o no sólo, al menos. No es cuestión de enumerar por enumerar, ni siquiera es una descripción de ambientes. Se trata de que detrás de cada personaje, cada objeto poetizado, detrás de cada paisaje, Jordi está creando un universo: el suyo propio. Creo, con toda sinceridad, que eso mismo es a lo que debe aspirar un poeta: a levantar su propio mundo, a ser capaz de crear un universo. A eso se refería el poeta romántico Novalis, cuando escribía que el poeta debía ser un pequeño dios todopoderoso. No se pretende encontrar una forzada empatía con el lector. Sería erróneo reducir el poemario a estos parámetros tan simples. La poesía es, al menos así la concibo, un lugar de encuentro. Pero no un lugar de encuentro a cualquier precio. Por eso, podemos afirmar que ese “todo” al que antes nos referíamos forma parte ineludible de lo que el autor nos quiere mostrar. No hay, por tanto, impostura, ese mal endémico que coquetea con buena parte de la poesía contemporánea española. 

En ese sentido, un aspecto que me llama la atención del libro es la capacidad de Jordi para combinar, para simultanear, paseo y escritura. Hay un referente en la literatura española, Claudio Rodríguez. Ambos encuentran en el tránsito, en el camino, todo aquello que luego trasformarán en escritura. Las calles son los lugares por los que transita el poemario. Todo lo que encuentra irá construyendo ese pequeño universo: desde conversaciones hasta números de portal, como ese 222 de la portada que bien puede ser un 999 según se observe. Reconozco que este es uno de los aspectos que más me llaman la atención del libro: su capacidad de poner en práctica aquel tópico latino del homo viator. Sin embargo, como buen viajero, sabe que su viaje será siempre laberíntico, quizás también circular. Así, por ejemplo, concluye su poema “Ruraurbs (Moradielos-BCN)”: “El cigarrillo de/ entrada a/ Barcelona es/ mero miedo/ al laberinto.”. De hecho, Paseos simultáneos puede ser considerado, también, una meditación sobre el laberinto, sobre lo que encuentra en él, sobre lo que descubre. Y es aquí donde sorprende, tanto en la forma como en el contenido. Sorprende, digo, porque tiene la capacidad de extrañar al lector. “Negros que bailan sardanas”, por ejemplo, o “santanderinos que comen aceitunas con el responsable del ministerio”. Una vuelta de tuerca o un pequeño homenaje a aquellos escritores que encontraron su universo poético a partir de la imagen, de esas asociaciones aparentemente inconexas, subconscientes. Hablo, claro, de aquel primer surrealismo que nos hizo reunir una máquina de escribir y una camilla de quirófano. Aunque convendría hacer una precisión: no se trata de emular al surrealismo, sino de enmarcar sus poemas dentro de una hiperrealidad. 

En ese proceso de búsqueda y captura de lo que le rodea, hay un intento por respetar los diálogos tal cual fueron pronunciados. Lo que ocurre es que la forma se retuerce. Nada es, en definitiva, lo que parece. Sólo bastar juntar palabras de una manera diferente para provocar en el lector un fogonazo, a través de sintagmas extraños, por buscar un adjetivo que se aproxime. Si entramos en su juego entenderemos que (cito) “la morsa del calendario chino se fue al wc” o que los edificios sean capaces de roncar entre ladrillos. De todo ello se deduce uno de los hallazgos del libro: todo vale, todo se incorpora, todo puede ser, al fin y al cabo, susceptible de formar parte del poema. De aquí podemos extraer una poética, una premisa literaria que el autor respeta y persigue. Como él mismo admite, escribir significa “mimar lo cotidiano para entender lo profundo”. Esa misma idea se destila en cada paseo. El poeta se detiene y observa. Lo cotidiano, lo anodino, puede ser un objeto poetizable. Se acabaron los parnasos. Ese locus amenus no ha de estar, necesariamente, identificado con un paisaje preciso. Paseos simultáneos es, en ese sentido, un homenaje al rincón, a la mirada, al destello inesperado. Su estructura así lo demuestra: si existen novelas ríos, la propuesta de Corominas tiene un matiz semejante. Cada poema exige el poema siguiente, de tal manera que su lectura coincide con la corriente. Se logra respetar el ritmo que imponen esos paseos. Como si el lector acompañara, perplejo, al espectáculo escondido que encierran los extraños límites de la ciudad.  

Paseos simultáneos es una apuesta, arriesgada, sí, pero coherente, porque responde al autor. Leemos cualquiera de sus poemas y sabemos que es él quien lo ha escrito. Y eso, me temo, no es fácil. Por eso valoro a aquellos escritores que presentan propuestas a las que uno, para bien o para mal, observa desde una distancia creativa. Porque, en definitiva, me muestran una nueva forma de decir. Al final la poesía es, antes que nada, una relectura del mundo que, sin saberlo, nos rodea.


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