lunes, 1 de julio de 2013

"365 HAIKUS Y UN JISEY" de Joan de la Vega





Joan de la Vega
365 haikus y un jisey
Rúbrica editorial, 2012


La poesía de Joan de la Vega (Santa Coloma de Gramenet, 1975) es una obra paciente, sólida, cuya última estación, de un itinerario poéticamente muy coherente, son, por ahora, estos 365 haikus y un jisey.

Joan de la Vega profundiza en un recorrido que inició con La montaña efímera y continuó con Una luz que viene de fuera, ambos publicados en Paralelo Sur.  La lectura de estos poemarios, aún siendo trabajos independientes, es interesante puesto que en ellos se gesta el universo y el lenguaje que germina con exhuberancia en estos poemas. La montaña efímera representa una inmensa liberación de energía, en ella predomina la acción frente al pensamiento, lo físico frente a lo intelectual, simbolizado en ese abandono de lo urbano y lo que representa. Se trata de un deslumbramiento, una revelación que conduce a una determinación: entregarse al nuevo mundo. De ahí que las composiciones contengan larguísimos versos que fluyen como un río embravecido o   “como un pájaro desierto sobrevuela el curso del agua quebrando los valles sin nombre”. La montaña efímera se desborda en un torrente de imágenes contenidas en el poeta, a modo de Big Bang, que crea el universo y desata la voz rica en recursos de un poeta maduro. El poeta es “valle incandescente”; es “pájaro”; es el descubridor de una naturaleza “sin nombre”. Semejante fuerza creativa liberada no puede contenerse en un solo libro y, en Una luz que viene de fuera, De la Vega continuará describiendo y trabajando en ese universo que no cesa de expandirse, esta vez, desde una óptica más intelectual o, si se quiere, espiritual. La filosofía oriental, panteísmo, el budismo,  irrumpe en su poesía redimensionando el amor a la naturaleza, que lo es todo: vida, muerte y de nuevo vida. Samsara y Las flores del Dharma, las dos partes de Una luz que viene de fuera, subrayan lo descrito. Las influencias de la cosmovisión oriental se manifiestan también en lo formal; los versos de este libro se acortan, son pentasílabos o heptasílabos encadenándose y adoptando en muchos casos cadencias, ritmos y temáticas muy próximas al haiku: “(…) todo animal viviente / regresa /  para nacer / y morir aquí / en la misma sima / sobre una capa de voz / improvisada”.

Los últimos versos de Una luz que viene de fuera anticipan, además, el ciclo eterno de las vida y de la muerte:


 “(…)

la vida es solamente

un borrador de anhelos

una correspondencia

con nadie



sin principio

ni termino

(…)”

Llegamos así a 365 haikus y un jisey, obra que, a mi entender, corona una escalada cuyo ascenso se inició en los dos libros anteriores. El nuevo ciclo que el poeta describe en estos haiku, se inicia con una ruptura. El imaginario de estos versos continúa girando en torno a los temas fundamentales de la poética de De la Vega. 365 son los días de un año. El jisey, es un poema de despedida. Sin embargo, el primer haiku, es una paradoja de enorme fuerza: el nacimiento del libro se abre, no con la vida, sino a la muerte:

(1)



Un hombre ha muerto.

Lo acogen sus raíces.

Luto en el aire.

Pero pronto descubrimos que no se trata de una muerte en el sentido occidental del término: es el fin de un “ciclo anterior” y, por tanto, del inicio de otro. Este trayecto que comienza y que lleva al poeta a la naturaleza, nos encontramos con ideas que forman ya parte del lenguaje propio de la poesía de Joan de la Vega como es su desprecio por lo urbano y por el hombre, en tanto que creador de artificialidad y sufrimiento:

(4)



Pérfido enjambre

de hombres junto a sus moscas.

Manjar de heces.

Como apunta Antonio Tello en su artículo sobre la obra de De la Vega, ésta se hunde en la tradición oriental pero también en la española. Y, sin duda, el sujeto poético nos devuelve a la tradición greco-latina, a la huida al mundo rural de la poesía pastoril y bucólica, a “ese amado” que son “las montañas, /  los valles solitarios nemorosos / las ínsulas extrañas / los ríos sonorosos…” de San Juan de la Cruz y, por supuesto, en su desprecio por  lo urbano al peregrino de las Soledades de Góngora que llega, en su huida de la Corte, a las cosas sencillas, a la aldea, a lo rústico. Salvo que en el caso de 365 haikus y un jiesy no hay concesiones: el elemento humano es despreciado con virulencia.

Este “desprendimiento” social y cultural es traumático y conduce a la soledad,

(6)



Oigo el gorjeo

de un pájaro abatido.

Rudo destierro.

Con la soledad irrumpen sentimientos de profunda angustia que hacen reflexionar sobre la muerte.

(15)



Negros cipreses                             

nos dan la bienvenida.

Moran en paz.


“Negros cipreses”, que no dejan de ser naturaleza que da la bienvenida al sujeto poético, que “moran en paz” porque no hay “civilización” alguna que los perturbe alrededor.

Sin lugar a duda, uno de los hitos de 365 haikus y un jisey es el siguiente:

(46)



No hay vuelta atrás.

Cumbres resplandecientes,

valle de a pie.                                            

En él, De la Vega vuelve a su reafirmarse en su poética: la respuesta está en el medio natural, en las montañas y los valles (sin nombre). Los valles son el camino a transitar, donde irán apareciendo “sin nombre” todos los elementos y símbolos que el poeta debe escribir sin que medie una contaminación cultural previa con voz propia .

En estos haiku se va a incidir en las revelaciones que este orden natural nos ofrece, pero, también a la “naturalidad” entendido como el fluir sincero y puro de la vida:
(61)



Entro en el bosque.

Ensimismada aguarda

una obra de arte.                          

Paralelamente y conforme el recorrido avanza, el poeta se reafirma en la decisión de romper con el ciclo anterior representada en la ciudad:

(78)



¡Cuánto lamento!

Hoja gris de ciudad,

sin vid te piensas.

A lo largo del poemario hay varias reflexiones, claves en el poemario, de por qué los haikus como puede ser, en este caso,  exorcizar el mal:     

 (166)



Del horizonte,

el peor de los venenos.

Brota un haiku.                            

También, nos indica, el haiku  es la  unidad del todo, el “arkhé”  griego o también, en la línea de la poesía juanramoniana, una visión panteísta, es decir, un solo haiku puede contener universo, cosmos, naturaleza,  vida.

(252)



A cielo abierto

palpita un sueño verde.

Sólo un haiku.

Conforme nos acercamos al final del ciclo que nos proponen estos 365 haikus y un jisey, al poeta le asaltan las dudas, quizás porque en este nuevo fin que se acerca, puede ser definitivo o bien, por el cansancio del propio sujeto, de ahí una mirada insistente y, a veces, nostálgica, del tiempo pasado, de un pasado remoto: la niñez.

(273)



Contra mi frente

las arenas del tiempo,

batido de olas.                                          

Hay un haiku, sin embargo, que concentra en sus tres moras, una tremenda carga dramática, un profundo desgarro:

(311)



A ras de suelo

el olor de la cima

subraya el grito                 

Nos habla del esfuerzo inhumano que supone alcanzar una “más alta vida”, o como diría Juan Ramón Jiménez, el “yo” de mañana, el mejor “yo”. “La cima”, símbolo del deseo de perfección, de las aspiraciones espirituales del poeta, vista “a ras de suelo”, olfateada con nariz de cansado por el  montañero que viene de otros ciclos, de escalar “montañas efímeras”.

El último haiku reafirma las ideas del esfuerzo para elevarse (“cincel”) y de eternidad:

(365)

Nada es finito.

Apagado el cincel

todo es haiku

Finalmente, si el inicio es la muerte, el final, el jisey es un canto a optimismo. A pesar de todo el dolor, el trauma, la ruptura y el sacrificio, todo vale la pena, el ciclo continúa con sus soles y lunas, y la belleza, la vida esperada, aparece recorriendo los valles sin nombre, encendiéndose con el vuelo en llamas de las libélulas, o de los pájaros mudos.

En definitiva, 365 haikus y un jisey, culmina, “hace cima” en el trayecto de una poética labrada, “cincelada” con esfuerzo a lo largo de años de trabajo. Joan de la Vega bucea en tradiciones, a priori tan diferentes, como la oriental y la occidental y consigue hibridarlas dando lugar a una propuesta original, única, en el panorama poético actual en este país. Su voz en este libro es una voz madura, capaz hacer sentir al lector que hay sencillez y naturalidad en la lectura de unos versos elevados y ricos como una cumbre en el techo del mundo.

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