lunes, 2 de septiembre de 2013

"Atenas", de Juan Vicente Piqueras





Juan Vicente Piqueras
Atenas
Visor, 2013

 
Juan Vicente Piqueras (Los Duques de Requena 1960), actual Jefe de Estudios en el Instituto Cervantes de Argel, se ha alzado con el XXV Premio Internacional de Poesía Fundación Loewe con un poemario titulado Atenas, que  ha supuesto cierta continuidad en su estética y que, sin embargo, también ofrece una lectura diversa a la que acostumbraba su poesía, añadiendo ciertos recursos estilísticos que no son habituales en ella y desarrollando unos escenarios en los que la ciudad y sus ruinas invitan a una reflexión sobre la fugacidad, que, no obstante, no presenta ni un solo ápice de pesimismo. Por esa lectura que me parece novedosa y muy interesante, me propongo esbozar varias ideas que me surgieron al hilo de la lectura.

“Atenas no es el tema del libro”, comienza Piqueras en la nota que abre el poemario. Atenas es solo un nombre con el que denominar el lugar que simultáneamente somos y no somos, ese lugar lejano que se traza vagamente en el horizonte y que, a su vez, vemos tan nítido al volver la vista atrás. Para Piqueras, básicamente, el pasado es una línea –jamás recta– que une ambos tiempos: ser y no ser. Venimos de algo para devenir cualquier otra cosa:

Los lugares son dioses anteriores
a los dioses.
El templo procede de la cueva,
del bosque. El manantial
es anterior a todos los bautismos.

Se diría que en los poemas de Atenas se observa al poeta como ese  visitante que se extravía en el laberinto, pero que nunca pierde detalle de lo más mínimo que pueda suceder a su alrededor. Como se observa en el siguiente poema, la realidad es un tatuaje en los ojos del poeta.

El mar en Kalamata huele a humo, a ceniza.

Trae troncos calcinados de la playa,
ramas ardidas, restos y rumor
de incendios que asolaron
bosques y nidos, páginas, palmeras.

Son olas de ceniza
de ayer, aroma ardido.

Es el mar quien recuerda los incendios.

Como es habitual en la poesía de Piqueras, la cultura grecolatina está muy presente. Al “yo” del poemario podría ser descrito como un gladiador cuyo campo de batalla no es otro que el amor, y nosotros mismos, la única y verdadera bestia a batir. “Es hora de luchar contra nosotros”, comienza un poema, “moriremos a manos de quien nos ama. Huyamos / sin descanso ni adónde.”

En el poemario se distinguen, además, dos vertientes temáticas que se unen en numerosas ocasiones. En primer lugar, una suerte de poesía épica con tintes de introspección que enlaza con un uso de la ironía muy propio de la poesía de Juan Vicente Piqueras y, en segundo lugar, otra vertiente más reflexiva, con la memoria y el paso del tiempo como protagonistas. La articulación de ambos aspectos es lo que dota al poemario de cierto dinamismo, pues ambas parten se entrelazan de una manera muy natural.

En este sentido, a pesar de la innovadora utilización que hace el poeta de mitos y tradiciones, su estilo siempre ha tendido hacia un cierto conservadurismo formal, con una métrica basada en el endecasílabo y alejandrino, de los que Juan Vicente es un gran conocedor. Sorprende, por tanto, encontrar varios poemas encadenados que el poeta titula Viento de noviembre –cuya dedicatoria va dirigida al poeta griego Kostas Vrachnos, traducido al español por Juan Vicente Piqueras–, en los cuales, aunque reiterando dicho gusto por el endecasílabo, prescinde de la puntuación para intentar otorgarle un tono más enérgico, en consonancia con la temática del olvido y el paso del tiempo, ejes de este poema y casi del poemario. Para el poeta la memoria siempre ha sido un elemento esencial –Vivir es olvidar, que diría en La edad del agua, (Editorial 4 Estaciones, 2004, Lucena)–, y en estos poemas el viento, ese viento de noviembre, está íntimamente relacionado con ella. En este caso, el viento es una alegoría de libertad y, quizá, la única manera que tiene el poeta de desembarazarse de todas las ruinas que lo cercan y lo habitan –como esa ciudad de Atenas que ya no existe, en su lugar hay otra ciudad que lleva el mismo nombre–, pero el viento también puede ser un viento destructor, que roba la palabra, tal y como hace el olvido. Asimismo, estos poemas se configuran como un inciso que le otorga gran agilidad al conjunto del poemario, que de otra manera habría pecado de monótono.

El poemario es completado por varios poemas más que vuelven a la línea que habíamos descrito con anterioridad, con la ciudad de Atenas como foco de atención principal, ciudad en la que vive, siente y ama. 

Amor o nada, proclamará como máxima en uno de los poemas finales. Atenas tiene fecha de caducidad. Atenas es Piqueras, y sobre Atenas empieza a llover ceniza. Será hora de retirarse a otro lugar, como propone el poeta en Adiós Atenas.

Ya me he muerto en Atenas, ya he desaparecido
de sus calles, no soy sino una sombra
en su luz, un ayer, infinitivo del verbo ay, me he ido, ya no soy.

Nadie me llamará y no llamaré a nadie.
Si alguien habla de mí lo hará en pasado.
Cuando vuelva nadie me reconocerá.

Aprendo día a día, daño a daño,
a desaparecer.

1 comentario:

David dijo...

Como me gusta mucho la poesía trato de encontrar nuevos libros de poetas que me brinda la posibilidad de disfrutar de viajar con la mente. De esta manera cuando obtengo ofertas de hoteles en argentina trato de viajar pero siempre llevándome algun libro de poemas